Resultó que no había pensado en tener hijos hasta mucho después de lo que lo hace habitualmente una chica. Y un día el instinto nació, y otro día ella llegó a mi panza, que de a poquito se hizo panzón. Y así creció como si nada, con una conexión tan singularmente natural que no hacía falta buscarla en ningún grupo prenatal, en ninguna música para bebés, ni en ningún ejercicio mental, simplemente aparecía mientras caminaba por la feria y le mostraba las uvas, o cuando me bañaba y su papá me enjabonaba la panza. Ella estaba y se sentía incluso cuando no me la imaginaba.
Y así la cuide, durante 9 meses, tratando de convencerme de que nada podía pasarle, que era yo, que yo era ella. Y también así llegó. Cuando quiso, como quiso.
Y llego mayo y sabía que venía pronto, si pasaba el fin de semana, el lunes o el martes seguro. Y el lunes 21 el doctor dijo que sí, que era hoy, y que volviera a mi casa, ordenara las cosas, y esperara ahí, hasta que faltara menos, que descansara un poco. Y le hice caso, me quedé sola en mi casa planchando, poniendo pañalitos tan chiquitos en el bolso, pensando en el reto que me iba a ligar cuando mi marido volviera por no haberle avisado. No dolía, sólo un poco. Y en mi cabeza pensaba que no iba a doler, que no iba a costar más que a otras mujeres hacerla que vea el mundo por primera vez.
Por supuesto que cuando llegó mi marido, un par de retos más tarde tuvimos que salir corriendo, su ansiedad era más poderosa. En la clínica me quedé sola en una habitación de preparto. SOLA. Con toda la ansiedad que él me había pasado, ahora él no podía estar, políticas del sanatorio. Y vino un doctor, y ya casi 6 cm., y lo llamó a mi doctor, había algo raro. Si si, una mano en el canal de parto. "Quedate quietita que vamos a cesárea ya". Y 25 minutos más tarde me la mostraron a lo lejos, ya había salido, era muy linda y tenía cara de enojada. No lloró, aunque después la escuché y supe que era ella, ya no la veía. Después la trajeron por esos contactos que uno termina siempre en la consabida "el mundo es un pañuelo", mientras yo temblaba como una hoja, la mire a los ojitos y se la llevaron de vuelta, y el doctor contaba que su casa estaba en venta, y la anestesista le contestaba que eramos todos vecino, incluida yo. Me reía sin ganas. Solamente quería verla y tenerla. Olerla. Que me conozca la cara y la voz.
Y al rato me fui a una pieza, sin sentir nada, ni las piernas. Y ahí vino ella, quejándose despacito. Ya nos extrañábamos demasiado, pero cuando la mire supe que era feliz. Yo. Y ella también. Ya estaba aca, cerquita. Para siempre. Y fui feliz. Más de lo que nunca pensé.
Y así la cuide, durante 9 meses, tratando de convencerme de que nada podía pasarle, que era yo, que yo era ella. Y también así llegó. Cuando quiso, como quiso.
Y llego mayo y sabía que venía pronto, si pasaba el fin de semana, el lunes o el martes seguro. Y el lunes 21 el doctor dijo que sí, que era hoy, y que volviera a mi casa, ordenara las cosas, y esperara ahí, hasta que faltara menos, que descansara un poco. Y le hice caso, me quedé sola en mi casa planchando, poniendo pañalitos tan chiquitos en el bolso, pensando en el reto que me iba a ligar cuando mi marido volviera por no haberle avisado. No dolía, sólo un poco. Y en mi cabeza pensaba que no iba a doler, que no iba a costar más que a otras mujeres hacerla que vea el mundo por primera vez.
Por supuesto que cuando llegó mi marido, un par de retos más tarde tuvimos que salir corriendo, su ansiedad era más poderosa. En la clínica me quedé sola en una habitación de preparto. SOLA. Con toda la ansiedad que él me había pasado, ahora él no podía estar, políticas del sanatorio. Y vino un doctor, y ya casi 6 cm., y lo llamó a mi doctor, había algo raro. Si si, una mano en el canal de parto. "Quedate quietita que vamos a cesárea ya". Y 25 minutos más tarde me la mostraron a lo lejos, ya había salido, era muy linda y tenía cara de enojada. No lloró, aunque después la escuché y supe que era ella, ya no la veía. Después la trajeron por esos contactos que uno termina siempre en la consabida "el mundo es un pañuelo", mientras yo temblaba como una hoja, la mire a los ojitos y se la llevaron de vuelta, y el doctor contaba que su casa estaba en venta, y la anestesista le contestaba que eramos todos vecino, incluida yo. Me reía sin ganas. Solamente quería verla y tenerla. Olerla. Que me conozca la cara y la voz.
Y al rato me fui a una pieza, sin sentir nada, ni las piernas. Y ahí vino ella, quejándose despacito. Ya nos extrañábamos demasiado, pero cuando la mire supe que era feliz. Yo. Y ella también. Ya estaba aca, cerquita. Para siempre. Y fui feliz. Más de lo que nunca pensé.
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